lunes, 21 de abril de 2014

Romanitas, cholas, chinelas, cotizas, ojotsa, hawaianas, tres puntas, yinas, flips, bulebules, sayonaras, calisos, flip-flops, zancletes, tsinelas, tongs, shankas, slippers, infraditos, zorries, jandals, japonki, slops, chanclas, chancletas.


Para mi reflexionar sobre  chancletas es pensar en caminar descalza.  No porque considere que este tipo de calzado no proteja mis pies del suelo, finalmente se trata de materiales lo suficientemente gruesos y resistentes como para separarme 10 o 15 milímetros de él.  Más bien, se trata de que durante mis primeros años, y mientras aprendía a caminar, una de las frases más recurrentes proferidas por mis padres (dirigidas únicamente a mí, pues mis hermanos eran obedientes), y que prácticamente escuchaba unas 30 veces al día era ¡Póngase las chancletas! No es difícil imaginar para aquel que me conozca ahora, o mejor,  que me conociera de niña,  por qué me lo decían, ya que dada mi situación de infante exploradora, con iniciaciones primarias en la arqueología de los restos materiales de las ruinas de la casa de juegos, sumado a mis ínfulas de entomóloga y naturalista, buscaba cualquier excusa para adentrarme en mis fantasías selváticas, dentro de los límites del patio de la casa, para  poder así, sentir sin interferencia  la temperatura  o la condición superficial del piso directamente bajo mis pies.  Entonces las chancletas se volvieron un objeto impuesto del que yo huía, y que siempre dejaba a su suerte  en alguna cueva imaginaria.  No las podía mantener cinco minutos puestas.  Resortando de lugar en lugar, las iba perdiendo prácticamente nuevas, mientras mi piel se teñía de ceras y barnices.   Más, acumulando primaveras, las exploraciones disminuyeron e inevitablemente yo crecí, y lo crean o no, mi condición de mujer me obligó a usarlas.  Entonces acontecían cosas curiosas, porque al final  y luego de años de oír ininterrumpidamente la famosa frase ¡Póngase las chancletas!, el objetivo de mis progenitores se había cumplido y no me las quitaba para nada, por lo que todo cuanto se cruzaba en mi camino terminaba escondido entre la suela y mi pie (arena, piedras, bichos…), precisamente por su morfología y diseño, que deja al descubierto dedos, piel y talón.  Aún así,  las prefería sobre tenis y zapatos.  Odiaba la idea de tener que utilizar fundas para pies y elegía las chancletas por sobre  medias y escarpines (sin importar cuán estéticos fueran estos).  Ciertamente sufría de frío, y no puedo negar que en época de lluvia mis apéndices inferiores duplicados, parecían uvas pasas, vivían gélidos, diáfanos, medio traslúcidos y arrugados.   
Debo confesar que fue debido a mi desarrollo fisiológico que muchas de mis costumbres adquiridas de niña cambiaron.  Aunque me sonroje un tanto al escribirlo, considero necesario aclarar que el crecimiento de mis formas femeninas y todo lo que este proceso conlleva me obligó a calzarme adecuadamente, y no me refiero al uso de taconcitos o zapatos de charol para mostrarme al mundo como una señorita, sino a los dolores femeninos que se intensifican exponencialmente con el frío.  Mientras me configuraba como mujer, me percaté de la importancia de resguardar mis pies del piso, ya que cada 28 días, y pese a que no se asuma como una verdad biológica, o un dato científico comprobado para todas las hembras humanas, en mi mundo estoy convencida de que el suelo frío transfería su temperatura a mi cuerpo, siendo éste (el frío) acumulable, casi como una variable de la ley cero de termodinámica que dice: «Si pones en contacto un objeto frío con otro caliente, ambos evolucionan hasta que sus temperaturas se igualan», sólo que en mi caso, luego de igualarse, algo del frío se guardaba, para ser aprovechado más tarde como herramienta para aumentar el dolor.  He ahí la razón del abandono total de la chancleta, y su sustitución por pantuflas, o cualquier otro tipo de calzado, más apropiado para conservar el calor corporal.  

2 comentarios:

  1. Interesante trabajo, FELICITACIONES. Un orgulloso padre me ha compartido tan especial logro, mis mejores deseos para que este proyecto sea reconocido por muchos.... MPD

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    1. Mil gracias Mauricio! Es bonito darse cuenta de que las personas valoran mis pensamientos.

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