domingo, 4 de mayo de 2014

DE INTERMEDIARIO A MEDIADOR: EL COMUNICADOR COMO DISEÑADOR CULTURAL



Siempre que queramos hallar vínculos entre dos o más temas, diferentes objetos de estudio aparentemente inconexos, no hace falta más que agudizar la mirada abriendo bien los ojos y atendiendo a los detalles, ya que todo en este mundo de altos contrastes, aunque sea únicamente a un nivel subatómico, tiene relación entre sí.  Los oficios del comunicador y  diarios de comunicación sin motocicleta no son una excepción, en principio porque ambos textos tienen una voz argumental constante: la comunicación y todo lo que de ella devenga, aunque ciertamente su desarrollo (pues se trata de autores distintos) es único, y está dado a la manera de quien escribe.  Ambos textos abordan preocupaciones afines, y ambos, ofrecen al lector la posibilidad de entrar al mundo del comunicador desde umbrales ubicados en ángulos que difieren entre sí, puntos de vista y posiciones que se apoyan unos sobre las otras (Diarios de comunicación sin motocicleta cita en varias ocasiones a Jesús Martín Barbero, autor de los oficios del comunicador). 
En principio existe un prólogo, un desmantelamiento de cualquier bloqueo que nos aleje de las ideas del autor, una muestra de su preocupación que parte de una crítica hacia la pobreza mental, que de hecho asegura, es la peor.  Estos fragmentos de pensamiento introductorios  que preparan el terreno para lo que viene luego en  diarios de comunicación parecen haberse construido como una pregunta sin interrogación, o más bien como una afirmación generadora de dudas,  que a mi modo de ver, y para todo aquel que desee asumirlo de esta manera, se conecta con la propuesta ofrecida por el epílogo de los oficios del comunicador de la mano de Zigmunt Bauman, un sociólogo y filósofo polaco, que además escribe ensayos, cuyos trabajos se centran en la búsqueda de la identidad como una responsabilidad vital del sujeto, y que en estas siete líneas que sirven de abrebocas de los oficios, invoca un cambio, un acto de violencia que rechace el aturdimiento humano, y cuya victoria ofrezca esperanzas a este mundo inconsciente, para no perderse en la ausencia comunicativa, en los espacios tibios de su propia pobreza mental (este nexo de términos es mío). 
El rol que desempeñan los comunicadores puede ser como diría el autor de  diarios de comunicación el de …el que hace, el que no hace, el que dice que hace[1], o en una clasificación más exacta, (como en los oficios del comunicador), aquel que comunica algo pero cuya finalidad no afecta la situación: el intermediario, o el que asume como suyo el problema, se identifica y participa en el acto de construir sociedad: el mediador.  Es fácil establecer un paralelo entre ambas lecturas, aunque sea en sus inicios.  Jesús Martín Barbero habla acerca de la confusión del oficio del comunicador, y afirma que esta se ha dado gracias a los cambios en el contexto dentro del que se desenvuelve, por las modificaciones en los sistemas actuales y gracias en gran medida a la tecnología y sus avances.  Estos movimientos temporales transformadores han generado como resultado, y a manera de daño colateral alteraciones en los procesos comunicativos, y entre fondo y forma se ha venido gestando una idea renovada (no necesariamente buena), de lo que es un comunicador, de qué es la comunicación, y de los saberes fundamentales de su campo de acción y sus métodos de ejecución. 
La propagación de una lógica de existencia, aunque no sea ideal es la que cimenta nuestro actuar.  Nuestro conocimiento y saberes, así como nuestras reacciones y acciones están mediadas por un entorno que se modifica cada tanto, y que termina convirtiéndose en un hilo conductor, una especie de guía inapelable a la que simplemente nos acomodamos.  Un comunicador intermediario, así como un ser pobre mentalmente se preocupa sólo por su adiestramiento en cómo ser productivo dentro de un sistema mercantil, al que finalmente lo único que le importa es vender, y ¿Qué se vende? Noticias tergiversadas o entretenimiento que produzca ceguera,  todo aquello que genere desatención a lo trascendente, y nos mantenga en un estado mental absolutamente pasivo.  Afectar fingiendo parece ser el método más lógico de acción con respecto al contexto en el que ahora nos desenvolvemos.  Las transformaciones culturales o los giros mentales nos han traído al límite de un abismo en el que los medios se usan con fines netamente económicos, donde la mediocridad de contenidos absorbe cada ápice de atención, evitándonos la molestia de usar la cabeza.  La comunicación adquiere así tintes de espacio antagónico, donde se libran batallas de poder, y entre la modernización y la renovación industrial se desdibuja el pasado, sufrimos una pérdida inminente de memoria, y nos convertimos en mezclas culturales, casi como si toda la historia y los acontecimientos, así como las ideas, los saberes, los conceptos, las teorías y un sinfín de elementos se pusieran todos, en una especie de coctelera intelectual, donde la americanización o la europeización son el resultado inevitable de esta mixtura despojadora. 
Ser comunicador y ser latinoamericano son dos cosas diferentes, en principio porque un comunicador puede ser cualquier ciudadano de cualquier parte del mundo, que reúna una serie de requisitos y cuyas  búsquedas personales apunten a transmitir mensajes a públicos objetivos.  Debe, entre otras muchas cosas saber expresarse, informar y convencer;  debe ser un buen estratega, o un gestor de procesos comunicativos, encargado de visualizar dinámicas y fenómenos de todo orden.  En otras palabras, debe ser un traductor de mundos.  
Un latinoamericano en cambio, es un habitante del segundo continente más grande del planeta, con la salvedad de que hace parte de la fracción que habla español o portugués (claro está, que esta es una definición bastante reduccionista).  Pero ser comunicador y además ser latinoamericano es casi como una tercera categoría, porque implica responsabilidades con el territorio y con su cultura.  Es prácticamente una forma de ver,  determinada por características de tipo social, que depende de un contexto cultural único, que no debería tamizarse a través de los ojos de Europa o América del norte.    Básicamente, el enfoque y el perfil de quién así lo sea (comunicador latinoamericano), determinará su método. Y así las cosas, no deberíamos tener oportunidad de adquirir costumbres prestadas, sin antes hacer una revisión de lo propio para no caer en la repetición (generalmente incorrecta).  Latinoamérica es un territorio pletórico de opciones, una amalgama de riquezas y oportunidades, es por ello que la pertinencia de las palabras de Martín Barbero renuevan fuerzas, toman impulso, porque de hecho y parafraseando a este pensador el problema no está en las teorías foráneas desarrolladas sino en el hecho de que los latinoamericanos las utilizamos acríticamente sin adecuarlas al contexto en el que se vive[2].   La identidad latinoamericana está definida por una transculturación, una serie de fusiones culturales que la han pluralizado, y en ese mismo sentido, la han convertido en un conjunto de tipologías y particularidades  que juntas conforman una identidad colectiva que debe ser respetada, exaltada y estudiada. 

Ahora bien, si el comunicador latinoamericano (asumiendo las siguientes líneas como una visión un tanto utópica por mi parte de la situación) es entrenado desde su formación más pura en el desarrollo de una consciencia social coherente con su contexto, el valor que se le dará a la información desplegada por él, y por sus semejantes no cojeará por la falta de horizontes o enfoque, y puede que aquellos que legitimen su conducta y sus resultados, den paso a una nueva forma de concebir  la cultura y la memoria de los territorios, con todos sus avatares y alternativas.  La idea de la comunicación entonces también se modificará, pues no será cuestión solamente de hacer rentable el ejercicio informativo, se valorará la experiencia y se reconocerá la diferencia como eje creativo  en el desarrollo social, donde las dinámicas informativas no serán unilaterales.   En este sentido me remonto al fragmento de los oficios del comunicador donde Jesús Martín Barbero habla acerca de la apropiación y la creatividad como formas de activación de la cultura a través de la comunicación, de modo que el comunicador disuelva la privatización de la vida, y genere dinámicas donde pueda activarse lo que en el público hay de pueblo[3], de hecho, me parece que la relación propuesta en diarios de comunicación entre comunicación y diseño, y  las ideologías profesionales aplicadas al comunicador (empleado, investigador, animador o promotor y artista o creador) que plantea los oficios son articulables, en el sentido de que es a través de la creación y la proposición que comunicar puede llegar a convertirse en ese espacio de discusión constructiva, donde se deje de lado la desinformación generalizada, y donde el pilar de sus acciones sea el conocimiento real de las sutilezas y matices de cada país, de cada territorio, para hacer apología a la definición de cultura, que no es otra cosa que las preferencias adquiridas y aprendidas por un grupo de personas, habitantes de regiones con determinada situación geográfica, contexto y etnia.  Finalmente, la transformación de los comunicadores de intermediarios a mediadores es fundamental para que todo lo anterior obtenga solidez, y  para que la puesta en escena de sus saberes llegue a ser realmente significativa a todos los niveles posibles.



[1] CIFUENTES, Andrés.  Diarios de comunicación sin motocicleta. Prólogo.  Bogotá: Intergráficas S.A., 2011.  Pág. 10
[2] Ibid., Pág. 22
[3] MARTÍN BARBERO, Jesús.  Los oficios del comunicador.  Signo y pensamiento 59.  Volumen XXXI.  Julio – Diciembre de 2011.  Pág. 33