Siempre que queramos hallar vínculos
entre dos o más temas, diferentes objetos de estudio aparentemente inconexos,
no hace falta más que agudizar la mirada abriendo bien los ojos y atendiendo a
los detalles, ya que todo en este mundo de altos contrastes, aunque sea
únicamente a un nivel subatómico, tiene relación entre sí. Los
oficios del comunicador y diarios
de comunicación sin motocicleta no son una excepción, en principio porque
ambos textos tienen una voz argumental constante: la comunicación y todo lo que
de ella devenga, aunque ciertamente su desarrollo (pues se trata de autores
distintos) es único, y está dado a la manera de quien escribe. Ambos textos abordan preocupaciones afines, y
ambos, ofrecen al lector la posibilidad de entrar al mundo del comunicador
desde umbrales ubicados en ángulos que difieren entre sí, puntos de vista y
posiciones que se apoyan unos sobre las otras (Diarios de comunicación sin motocicleta cita en varias ocasiones a
Jesús Martín Barbero, autor de los
oficios del comunicador).
En principio existe un prólogo,
un desmantelamiento de cualquier bloqueo que nos aleje de las ideas del autor,
una muestra de su preocupación que parte de una crítica hacia la pobreza
mental, que de hecho asegura, es la peor.
Estos fragmentos de pensamiento introductorios que preparan el terreno para lo que viene
luego en diarios de comunicación parecen haberse construido como una
pregunta sin interrogación, o más bien como una afirmación generadora de
dudas, que a mi modo de ver, y para todo
aquel que desee asumirlo de esta manera, se conecta con la propuesta ofrecida
por el epílogo de los oficios del
comunicador de la mano de Zigmunt
Bauman, un sociólogo y filósofo polaco, que además escribe ensayos, cuyos
trabajos se centran en la búsqueda de la identidad como una responsabilidad
vital del sujeto, y que en estas siete líneas que sirven de abrebocas de los oficios, invoca un cambio, un acto
de violencia que rechace el aturdimiento humano, y cuya victoria ofrezca
esperanzas a este mundo inconsciente, para no perderse en la ausencia
comunicativa, en los espacios tibios de su propia pobreza mental (este nexo de términos es mío).
El rol que desempeñan los
comunicadores puede ser como diría el autor de
diarios de comunicación el de …el que hace, el que no hace, el que dice que
hace[1],
o en una clasificación más exacta, (como en los
oficios del comunicador), aquel que comunica
algo pero cuya finalidad no afecta la situación: el intermediario, o el que
asume como suyo el problema, se identifica y participa en el acto de construir
sociedad: el mediador. Es fácil
establecer un paralelo entre ambas lecturas, aunque sea en sus inicios. Jesús Martín Barbero habla acerca de la
confusión del oficio del comunicador, y afirma que esta se ha dado gracias a
los cambios en el contexto dentro del que se desenvuelve, por las
modificaciones en los sistemas actuales y gracias en gran medida a la
tecnología y sus avances. Estos
movimientos temporales transformadores han generado como resultado, y a manera
de daño colateral alteraciones en los
procesos comunicativos, y entre fondo y forma se ha venido gestando una idea
renovada (no necesariamente buena), de lo que es un comunicador, de qué es la
comunicación, y de los saberes fundamentales de su campo de acción y sus
métodos de ejecución.
La propagación de una lógica de
existencia, aunque no sea ideal es la que cimenta nuestro actuar. Nuestro conocimiento y saberes, así como
nuestras reacciones y acciones están mediadas por un entorno que se modifica
cada tanto, y que termina convirtiéndose en un hilo conductor, una especie de
guía inapelable a la que simplemente nos acomodamos. Un comunicador intermediario, así como un ser
pobre mentalmente se preocupa sólo
por su adiestramiento en cómo ser
productivo dentro de un sistema mercantil, al que finalmente lo único que
le importa es vender, y ¿Qué se vende? Noticias tergiversadas o entretenimiento
que produzca ceguera, todo aquello que
genere desatención a lo trascendente, y nos mantenga en un estado mental
absolutamente pasivo. Afectar fingiendo
parece ser el método más lógico de acción con respecto al contexto en el que
ahora nos desenvolvemos. Las
transformaciones culturales o los giros mentales nos han traído al límite de un
abismo en el que los medios se usan con fines netamente económicos, donde la
mediocridad de contenidos absorbe cada ápice de atención, evitándonos la
molestia de usar la cabeza. La comunicación adquiere así tintes de
espacio antagónico, donde se libran batallas de poder, y entre la modernización
y la renovación industrial se desdibuja el pasado, sufrimos una pérdida
inminente de memoria, y nos convertimos en mezclas culturales, casi como si
toda la historia y los acontecimientos, así como las ideas, los saberes, los
conceptos, las teorías y un sinfín de elementos se pusieran todos, en una
especie de coctelera intelectual, donde la americanización o la europeización
son el resultado inevitable de esta mixtura despojadora.
Ser comunicador y ser
latinoamericano son dos cosas diferentes, en principio porque un comunicador
puede ser cualquier ciudadano de cualquier parte del mundo, que reúna una serie
de requisitos y cuyas búsquedas
personales apunten a transmitir mensajes a públicos objetivos. Debe, entre otras muchas cosas saber expresarse,
informar y convencer; debe ser un buen estratega,
o un gestor de procesos comunicativos, encargado de visualizar dinámicas y
fenómenos de todo orden. En otras
palabras, debe ser un traductor de mundos.
Un latinoamericano en cambio,
es un habitante del segundo continente más grande del planeta, con la salvedad
de que hace parte de la fracción que habla español o portugués (claro está, que
esta es una definición bastante reduccionista).
Pero ser comunicador y además ser latinoamericano es casi como una
tercera categoría, porque implica responsabilidades con el territorio y con su
cultura. Es prácticamente una forma de ver, determinada por características de tipo
social, que depende de un contexto cultural único, que no debería tamizarse a
través de los ojos de Europa o América del norte. Básicamente,
el enfoque y el perfil de quién así lo sea (comunicador latinoamericano),
determinará su método. Y así las cosas, no deberíamos tener oportunidad de
adquirir costumbres prestadas, sin antes hacer una revisión de lo propio para
no caer en la repetición (generalmente incorrecta). Latinoamérica es un territorio pletórico de
opciones, una amalgama de riquezas y oportunidades, es por ello que la
pertinencia de las palabras de Martín Barbero renuevan fuerzas, toman impulso,
porque de hecho y parafraseando a este pensador el problema no está en las teorías foráneas desarrolladas sino en el
hecho de que los latinoamericanos las utilizamos acríticamente sin adecuarlas
al contexto en el que se vive[2]. La identidad latinoamericana está definida
por una transculturación, una serie de fusiones culturales que la han pluralizado,
y en ese mismo sentido, la han convertido en un conjunto de tipologías y
particularidades que juntas conforman
una identidad colectiva que debe ser respetada, exaltada y estudiada.
Ahora bien, si el comunicador
latinoamericano (asumiendo las siguientes líneas como una visión un tanto
utópica por mi parte de la situación) es entrenado desde su formación más pura
en el desarrollo de una consciencia social coherente con su contexto, el valor
que se le dará a la información desplegada por él, y por sus semejantes no
cojeará por la falta de horizontes o enfoque, y puede que aquellos que
legitimen su conducta y sus resultados, den paso a una nueva forma de
concebir la cultura y la memoria de los
territorios, con todos sus avatares y alternativas. La idea de la comunicación entonces también se
modificará, pues no será cuestión solamente de hacer rentable el ejercicio
informativo, se valorará la experiencia y se reconocerá la diferencia como eje
creativo en el desarrollo social, donde
las dinámicas informativas no serán unilaterales. En este sentido me remonto al fragmento de los oficios del comunicador donde Jesús
Martín Barbero habla acerca de la apropiación y la creatividad como formas de
activación de la cultura a través de la comunicación, de modo que el
comunicador disuelva la privatización de
la vida, y genere dinámicas donde pueda
activarse lo que en el público hay de pueblo[3],
de hecho, me parece que la relación propuesta en diarios de comunicación entre comunicación y diseño, y las ideologías profesionales aplicadas al
comunicador (empleado, investigador, animador o promotor y artista o creador)
que plantea los oficios son articulables, en el sentido de que es a
través de la creación y la proposición que comunicar
puede llegar a convertirse en ese espacio de discusión constructiva, donde
se deje de lado la desinformación generalizada, y donde el pilar de sus
acciones sea el conocimiento real de las sutilezas y matices de cada país, de
cada territorio, para hacer apología a la definición de cultura, que no es otra
cosa que las preferencias adquiridas y aprendidas por un grupo de personas,
habitantes de regiones con determinada situación geográfica, contexto y
etnia. Finalmente, la transformación de
los comunicadores de intermediarios a mediadores es fundamental para que todo
lo anterior obtenga solidez, y para que
la puesta en escena de sus saberes llegue a ser realmente significativa a todos
los niveles posibles.